jueves, 9 de mayo de 2013

En el barrio de Sarriá


Javier Moreno - En Barcelona, en el barrio de Sarriá, hay una calle dedicada a Manuel Carrasco i Formiguera. Me llamó la atención cuando recientemente pasé por allí y vi una placa donde se indicaban, como es usual en muchas ciudades, el lugar y la fecha de su nacimiento y su muerte. Para su muerte se podía leer: “Burgos, 1938”. Me picó la curiosidad –especialmente por ser yo natural de esa ciudad– y busqué más información sobre este hombre.

Manuel Carrasco i Formiguera, que había nacido en Barcelona en 1890, fue un abogado y político catalanista, católico, que intentó ser fiel tanto a su ideario político,  luchando por su tierra, como a su fe cristiana. Después de haber sido multado y encarcelado durante la dictadura de Primo de Rivera por su compromiso a favor de la identidad catalana, defendió en los primeros tiempos de la República en las Cortes de Madrid, como republicano, la necesidad de no discriminar a la Iglesia, institución que podía integrarse en el régimen político democrático, no ya desde la imposición, por supuesto, sino desde la igualdad jurídica y el respeto mutuo. Esto no se lo perdonó nunca la izquierda radical. Cuando comenzó la guerra, él permaneció de momento en Barcelona, fiel a las instituciones republicanas y autonómicas. Pero tuvo que sufrir el hostigamiento de los anarquistas, pues el defendía ahora a aquellos a quienes éstos asesinaban. Tuvo que huir al País Vasco, único lugar de la zona republicana donde no se perseguía a la Iglesia. En febrero de 1937, tras la caída de Guipúzcoa en manos de los franquistas, volvió a Cataluña, pero fue nuevamente perseguido por los mismos colectivos y decidió volver al País Vasco, en este caso con su familia y como representante de la Generalitat en Vizcaya. El barco que lo llevaba a Bayona, sin embargo, fue capturado por el buque nacional “Canarias” y Carrasco i Formiguera llevado a continuación al penal de Burgos como prisionero de guerra. Se lo condenó a muerte aunque la ejecución se suspendió provisionalmente. Después de unos terribles bombardeos en Barcelona, por los que protestaron varias potencias extranjeras, e incluso el Vaticano,  se decidió por fin, como auténtica represalia, la ejecución, sucedida el 9 de abril de 1938.  

Lo trágico del destino de Carrasco i Formiguera se cifra en que resultó ser una víctima de los dos bandos… Sólo Dios conoce su sufrimiento, su particular unión con la cruz redentora de Cristo. Fue sobre todo un hombre que vivió coherentemente su fe, en la defensa de los más débiles y también en el compromiso político, que él entendía como un servicio a los demás. Ojalá encontremos también hoy hombres comprometidos con los valores de la justicia, hombres de reconciliación. Su sepultura, después del traslado de sus restos en 2001, se encuentra en el cementerio de Montjuïc. Pidamos a Dios que cure nuestros corazones y que seamos también para los demás, con la fuerza de la Pascua, agentes de reconciliación.

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