Javier
Moreno - En Barcelona, en el barrio de Sarriá, hay una calle dedicada a
Manuel Carrasco i Formiguera. Me llamó la atención cuando recientemente pasé
por allí y vi una placa donde se indicaban, como es usual en muchas ciudades,
el lugar y la fecha de su nacimiento y su muerte. Para su muerte se podía leer:
“Burgos, 1938” .
Me picó la curiosidad –especialmente por ser yo natural de esa ciudad– y busqué
más información sobre este hombre.
Manuel Carrasco i Formiguera, que había nacido en Barcelona en 1890,
fue un abogado y político catalanista, católico, que intentó ser fiel tanto a
su ideario político, luchando por su
tierra, como a su fe cristiana. Después de haber sido multado y encarcelado
durante la dictadura de Primo de Rivera por su compromiso a favor de la
identidad catalana, defendió en los primeros tiempos de la República en las
Cortes de Madrid, como republicano, la necesidad de no discriminar a la
Iglesia, institución que podía integrarse en el régimen político democrático,
no ya desde la imposición, por supuesto, sino desde la igualdad jurídica y el
respeto mutuo. Esto no se lo perdonó nunca la izquierda radical. Cuando comenzó
la guerra, él permaneció de momento en Barcelona, fiel a las instituciones
republicanas y autonómicas. Pero tuvo que sufrir el hostigamiento de los
anarquistas, pues el defendía ahora a aquellos a quienes éstos asesinaban. Tuvo
que huir al País Vasco, único lugar de la zona republicana donde no se
perseguía a la Iglesia. En
febrero de 1937, tras la caída de Guipúzcoa en manos de los franquistas, volvió
a Cataluña, pero fue nuevamente perseguido por los mismos colectivos y decidió
volver al País Vasco, en este caso con su familia y como representante de la
Generalitat en Vizcaya. El barco que lo llevaba a Bayona, sin embargo, fue
capturado por el buque nacional “Canarias” y Carrasco i Formiguera llevado a
continuación al penal de Burgos como prisionero de guerra. Se lo condenó a
muerte aunque la ejecución se suspendió provisionalmente. Después de unos
terribles bombardeos en Barcelona, por los que protestaron varias potencias
extranjeras, e incluso el Vaticano, se
decidió por fin, como auténtica represalia, la ejecución, sucedida el 9 de
abril de 1938.
Lo
trágico del destino de Carrasco i Formiguera se cifra en que resultó ser una
víctima de los dos bandos… Sólo Dios conoce su sufrimiento, su particular unión
con la cruz redentora de Cristo. Fue sobre todo un hombre que vivió
coherentemente su fe, en la defensa de los más débiles y también en el
compromiso político, que él entendía como un servicio a los demás. Ojalá
encontremos también hoy hombres comprometidos con los valores de la justicia,
hombres de reconciliación. Su sepultura, después del traslado de sus restos en
2001, se encuentra en el cementerio de Montjuïc. Pidamos a Dios que cure
nuestros corazones y que seamos también para los demás, con la fuerza de la Pascua,
agentes de reconciliación.
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