José María Martínez - Tengo que reconocer que en algunas ocasiones es muy difícil
sustraerse al discurrir de la historia: estamos siendo testigos en estos días,
unos con mayor desazón que otros, a lo que ocurre en el Vaticano. La
organización político-religiosa que sustenta dicho Estado, la Iglesia Católico-romana ,
se va a enfrentar, tras muchos siglos, a la presencia de dos papas entre sus
muros.
Que quieren ustedes que les diga, a mí me recuerda esto al paso
de la monarquía romana (hablo de los tiempos de la Roma clásica) a la República Romana
que tanto defendió Cicerón. Fue tal el odio que el pueblo de Roma cogió a los
reyes que jamás volvieron a proclamar uno, emperadores sí pero reyes no.
La República tuvo una figura llamada Cónsules y eran en un
principio dos (comprenderán que estoy resumiendo muchísimo aquel asunto tan
complejo); herederos de aquella fórmula de gobierno sólo queda que yo sepa la
República de San Marino, república parlamentaria regida por dos Capitanes
Regentes.
Bien, pues con la renuncia de Benedicto XVI vamos a asistir en
los próximos días a la elección de otro obispo de Roma estando vivo aún el
anterior, hecho insólito donde los haya, que va a poner en tensión la
maquinaria vaticana, los grupos de poder, las relaciones de la curia etc...
Para empezar ya ciertos teólogos dudan de que la infalibilidad
(ese anacrónico dogma tan romano sobre el papa) del pontífice pueda perderla
Benedicto por el sólo hecho de la renuncia o con el rayado de su anillo;
parecería, en tal caso, que el Espíritu Santo esté a las órdenes del colegio
cardenalicio y no a
Es muy probable que los grupos que apoyan a Benedicto, pese a su
renuncia, miren hacia él cuando no guste algunas de las decisiones, que sí o
sí, deberá tomar el nuevo pontífice sobre los asuntos tan graves que atormentan
la vida vaticana y a los que Ratzinger no ha tenido fuerzas o no ha podido
hacer frente.
Por otra parte perece que estemos asistiendo a una profunda
transformación en el pensamiento teológico de Ratzinger, ya Papa Emérito, dado
que en más de una ocasión en los últimos días ha recordado que la cabeza de la
Iglesia pertenece a Jesucristo, cosa nada baladí viniendo de quien viene tal
aseveración. Sé que para nosotros los protestantes y los evangélicos esto es
una verdad asumida pero no tanto para quienes consideran -¡ni más ni menos!-
''vicario'' de Cristo en la tierra a los papas romanos.
Sinceramente espero y celebraremos que Ratzinger se convierta al
cristianismo, aunque mucho me temo que nunca podamos saberlo con exactitud,
pero no sé por qué me da la nariz que algo pasa por la cabeza de ese hombre.
Por estas y muchas otras consideraciones que sería demasiado
prolijo destacar aquí ahora es por lo que digo que la Iglesia Romana
transita hacia el republicanismo con sus dos cónsules, aunque en principio
parezca que uno mande más que el otro (tiempo al tiempo). En el futuro pueden
pasar dos cosas; una que se vaya camino del imperio con el retorno al más
tradicional cesaropapismo o bien a un cambio de actitud en relación con el
papado, reconvirtiendo a esta figura en un arzobispo primado más, abandonando
toda pretensión de primacía mundial sobre la Iglesia; aunque no creo que tal
cosa la vean nuestros ojos. La persistencia en el error siempre ha sido parte
intrínseca de la historia vaticana.
Me queda sólo animar a los católicos romanos a que, como ya hace
Ratzinger, Papa emérito, reconozcan la primacía de Cristo en la Iglesia y
-tanto a uno como a los otros- que la Verdad está contenida sólo en las
Escrituras. Dando con ello público testimonio de la razón a las
doctrinas fundamentales de la Reforma: sola Fe, sola Escritura, sola Gracia, el
sacerdocio universal de los creyentes y el firme propósito de hacerlo todo para
la gloria de Dios.
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