Por Javier Moreno - En la mañana del 14 de marzo leía en la prensa que al nuevo Papa
proveniente de los jesuitas, Francisco, le falta un pulmón. Se lo extirparon al
parecer hace tiempo. Por asociación de imágenes acudió a mi memoria aquello que
había escrito Juan Pablo II de que la Iglesia había de respirar por sus dos
pulmones, que son Oriente y Occidente. Y me vino entonces la peregrina idea –
¡qué alocada es la imaginación! – de que ese pulmón que le falta a Francisco se
encuentra en Oriente…
Para que los dos pulmones se reencuentren y vuelvan a funcionan al
unísono, multiplicando, por así decir, su potencia oxigenadora, no parece que
sea lo mejor el que las diversas comunidades, tanto de Oriente como de
Occidente, permanezcan enclaustradas en sus ortodoxias confesionales y en sus
mezquindades nacionales. Más bien, conviene que aprendan a conocerse mutuamente
y a mezclarse, superando excomuniones mutuas, siempre centradas y recentradas
una y otra vez en el Evangelio de Cristo. Ojala el Papa actual contribuyera
algo a romper estas rigideces porque, independientemente del mayor o menor
fundamento bíblico de su ministerio, es un ‘ministerio de hecho’ porque así es
reconocido por muchos millones de personas, que a través de él pueden llegar
(de alguna manera) a Cristo. Siempre hay que favorecer lo bueno y lo verdadero
allí donde se encuentre, aunque sigamos pensando que donde se encuentra no es
el mejor lugar.
En cuanto a las comunidades ortodoxas, sería bueno que abandonaran igualmente
toda autosuficiencia eclesial. Mucho se criticó, y con razón, la afirmación del
documento vaticano Dominus Jesus de que la Iglesia de Cristo permanece en la Iglesia Católica
y fuera de ella hay a lo sumo ‘comunidades eclesiales’. Pero es que el mismo
tipo de afirmación, referido a la Iglesia Ortodoxa , se ha proclamado con la máxima
solemnidad por sínodos ortodoxos de los últimos años. Pero si hay verdad y santidad fuera de esas
iglesias, cosa para algunos de nosotros evidente, es que ellas no se identifican
con la Iglesia de Cristo y son sólo una parte, con la consecuencia de que
habrán de acudir a otras a completarse con aquellos dones de que carecen o que
no tienen tampoco en plenitud. Efectivamente, el “intercambio de dones” es lo
mejor, aquello que puede redundar en una “mayor gloria de Dios”, como dirían
los jesuitas. Y la excomunión de los otros, en cambio, empobrece a uno mismo, a
aquél que la practica.
VIVE Y DEJA VIVIR. RESPIRA Y DEJA RESPIRAR…
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