Monasterio de Monsalud (Corcoles) Guadalajara |
Vivir el silencio amplía nuestra capacidad de atención
contemplativa de forma casi inmediata. Defender el silencio en las sociedades
industrializadas de hoy es casi una acción "contra-cultural". Parece
como si no pudiésemos vivir sin el televisor encendido, el móvil (celular)
pegado a la oreja o el MP3-Ipod y similares resonando todo el día a elevados
decibelios.
El silencio, en su quietud, limpia y serena la mente, nos
predispone para la oración y nos hace más "conscientes". Nos conecta
perceptivamente con todo lo que nos rodea de una forma más real y plena. En el
silencio late el Corazón de Dios.
Busca un momento del día para vivir el silencio. Procura reducir el "ruido" en tu vida. Todos podemos convertirnos en "monjes urbanos" y aprender a vivir la inefable experiencia del silencio.
Busca un momento del día para vivir el silencio. Procura reducir el "ruido" en tu vida. Todos podemos convertirnos en "monjes urbanos" y aprender a vivir la inefable experiencia del silencio.
El teólogo N. Caballero ha escrito de forma acertada: "El problemas del
hombre no religioso es esencialmente un problema de ruido”.
V. Frankl cree que la presencia latente de Dios en lo
profundo de muchas personas ha quedado reprimida por el exceso de ruido en sus
vidas. Hoy todo favorece más que nunca el riesgo de ese cristianismo sin
"interioridad silenciosa" que Marcel Legaut ha llamado “la
epidermis de la fe”. ( M. LEGAUT: "Convertirse en discípulo".
Cuadernos de la Diáspora).
La ausencia de silencio ante Dios, la falta de escucha
interior, el descuido de la atención silenciosa al Espíritu Santo, están
llevando a la Iglesia a una “mediocridad espiritual” generalizada, como asegura
el teólogo católico-romano K. Rahner. Y lo mismo ocurre con nuestros hermanos
en la fe: No sabemos escucharles, solo estamos pendientes de nuestras voces, ni
siquiera se presta la debida atención al mensaje mismo.
En las iglesias cristianas hay sin duda mucho tesón,
trabajo pastoral, servicio, himnos... pero, con frecuencia, se trabaja con una
falta alarmante de “atención a lo interior”, buscando resultados a corto plazo,
como si no existiera el "misterio o la gracia".
La Reforma ha devuelto la importancia central y la praxis
original a la celebración litúrgica, pero no es suficiente para “sentir y
gustar de las cosas internamente”, como aconsejaba Ignacio de Loyola.
En las formas post-conciliares de la ICR también se ha intentado avanzar en ese sentido, pero cayendo, a mi juicio, en el mismo error.
En las formas post-conciliares de la ICR también se ha intentado avanzar en ese sentido, pero cayendo, a mi juicio, en el mismo error.
"Se canta con los labios, pero el corazón está
ausente; se oye la lectura bíblica pero no se escucha la voz de Dios; se
responde puntualmente al que preside, pero no se levanta el corazón para la
alabanza; se recibe la comunión, pero no se produce comunicación viva con el
Señor" (José A. Pagola).
Deberíamos reflexionar todos, clero y laicos cristianos,
lo que recomienda con sana y lúcida crítica Agustín de Hipona: "¿Por qué
gustas tanto de hablar y tan poco de escuchar? El que enseña de verdad está
dentro; en cambio, cuando tú tratas de enseñar, te sales de ti mismo y andas
por fuera. Escucha primero Al que habla por dentro, y, desde dentro, habla
después a los de afuera”. Y eso solo se consigue viviendo el silencio. En él se
deja oír el Verbo.
Debemos buscar a lo largo del día nuestro espacio
interior silencioso. Dejarnos envolver por él para que ÉL "afine"
nuestra percepción para escucharle. Y oremos entonces, ungidos por el silencio
y mansos de corazón.
Rvdo. Francisco Javier Alonso
Iglesia Episcopal
del "Poderoso Salvador" (Vigo)
Iglesia Española
Reformada Episcopal – IERE -
Comunión Anglicana www.anglicanosgallegos.blogspot.com
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